—Esta es la manera en que un rey gobernará sobre ustedes—les dijo—. El rey reclutará en el ejército a los hijos de ustedes y los asignará a los carros de guerra y a sus conductores, y los hará correr delante de sus carros. Algunos serán generales y capitanes del ejército, otros serán obligados a arar y a cosechar los cultivos del rey, y otros harán las armas y el equipo para los carros de guerra. El rey tomará a las hijas de ustedes y las obligará a cocinar, a hornear y a hacer perfumes para él. Les quitará a ustedes lo mejor de sus campos, viñedos y huertos de olivos, y se los dará a sus oficiales. Tomará una décima parte de su grano y de sus cosechas de uvas y la repartirá entre sus oficiales y miembros de la corte. Les quitará sus esclavos y esclavas, y les exigirá lo mejor de sus ganados y burros para su propio uso. Les exigirá la décima parte de sus rebaños, y ustedes serán sus esclavos. Cuando llegue ese día, suplicarán ser aliviados de este rey que ahora piden, pero entonces el Señor no los ayudará. Sin embargo, el pueblo se negó a escuchar la advertencia de Samuel. —Aun así, todavía queremos un rey—dijeron ellos—. Nuestro deseo es ser como las naciones que nos rodean. El rey nos juzgará y será nuestro líder en las batallas. (1 Samuel 8:11-20)
Sin embargo, cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley (Gálatas 4:4)
pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra. (Hechos 1:8.)
El día de Pentecostés, todos los creyentes estaban reunidos en un mismo lugar. De repente, se oyó un ruido desde el cielo parecido al estruendo de un viento fuerte e impetuoso que llenó la casa donde estaban sentados. Luego, algo parecido a unas llamas o lenguas de fuego aparecieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Y todos los presentes fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otros idiomas, conforme el Espíritu Santo les daba esa capacidad. (Hechos 2:1-4.)
Pero Pedro y Juan respondieron: «¿Acaso piensan que Dios quiere que los obedezcamos a ustedes en lugar de a él? Nosotros no podemos dejar de hablar acerca de todo lo que hemos visto y oído». (Hechos 4:19-20.)
Romanos, somos salvos no por algo que hayamos hecho, sino por lo que Jesús ha hecho por nosotros.
1 y 2 Corintios son dos cartas que Pablo escribió a la iglesia más desordenada que había en ese momento.
Gálatas tiene que ver con la gracia de Dios.
Efesios nos dice lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que nosotros podemos hacer nosotros por Dios.
Filipenses se trata de estar gozosos en toda circunstancia.
Colosenses trata sobre la supremacía de Jesús.
1 y 2 Tesalonicenses trata sobre la segunda venida de Jesús.
1 y 2 Timoteo y Tito dan instrucciones a los pastores jóvenes sobre cómo dirigir una iglesia.
Filemón es una breve nota sobre el perdón.
Hebreos trata sobre la superioridad de Jesús.
Santiago trata sobre cómo vivir para Cristo.
1 y 2 Pedro trata sobre cómo vivir una vida santa.
1, 2 y 3 Juan está escritos para que sepamos que tenemos seguridad de nuestra salvación.
Judas es un pequeño libro que nos advierte que no nos debemos engañar por los falsos maestros.
El Apocalipsis es la profecía de cómo será la vida en la tierra en la segunda venida de Cristo.
Entonces vi el cielo abierto, y había allí un caballo blanco. Su jinete se llamaba Fiel y Verdadero, porque juzga con rectitud y hace una guerra justa. Sus ojos eran como llamas de fuego, y llevaba muchas coronas en la cabeza. Tenía escrito un nombre que nadie entendía excepto él mismo. Llevaba puesta una túnica bañada de sangre, y su título era «la Palabra de Dios». Los ejércitos del cielo vestidos del lino blanco y puro de la más alta calidad lo seguían en caballos blancos. De su boca salía una espada afilada para derribar a las naciones. Él las gobernará con vara de hierro y desatará el furor de la ira de Dios, el Todopoderoso, como el jugo que corre del lagar. En la túnica, a la altura del muslo, estaba escrito el título: «Rey de todos los reyes y Señor de todos los señores». (Revelación 19:11-16.)
Aquel que es el testigo fiel de todas esas cosas dice: «¡Sí, yo vengo pronto!». ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús sea con el pueblo santo de Dios. (Revelación 22:20-21.)
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